Al vivir en un mundo caído, el creyente va a enfrentar las mismas dificultades por las que pasan el resto de las personas. Alguna vez hemos escuchado cómo la injusticia, desastres naturales y aflicciones abaten tanto a incrédulos como a creyentes. La cuestión no es si el creyente va a pasar dificultades o no, sino cómo va a responder a las dificultades.

La debilidad debe ayudarnos a poner nuestra mente en la eternidad. La aflicción expone la brevedad de la vida y nos recuerda lo frágiles que somos. Pero también nos hace acudir a Dios y recordar que él es nuestra única esperanza en un mundo caído y afectado por el pecado.

El salmista, quien parece haber sido el Rey David, estaba pasando por una etapa de dificultad. Sin embargo él podía mirar más allá de las pruebas presentes y podía enfocarse en la esperanza eterna. Es lo que Pablo dijo en Romanos 8:18 «Rom 8:18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse». A través de este pasaje podemos aprender tres cosas que el creyente debe cultivar al vivir en un mundo caído, teniendo en vista la eternidad.

1. CUIDA TU TESTIMONIO (v. 1-3)

David había resuelto guardar su boca. Esto es importante porque en momentos difíciles, todos nos vemos tentados a quejarnos de las circunstancias. La queja es muy común cuando pasamos por una aflicción. Nuestras emociones arden dentro de nuestro corazón (Sal 39:2), y es en esos momentos donde debemos tener más cuidado de nuestras palabras, pues la prueba puede hacernos hablar a la ligera y actuar de cómo un necio. «¿Has visto hombre ligero en sus palabras? Más esperanza hay del necio que de él» (Pro 29:20). Al quejarse por su condición, el salmista estaría mostrando una falta de confianza en Dios.

El salmista sabía que los incrédulos alrededor de él estaban observando su reacción a las circunstancias por las que estaba atravesando y no quería pecar con su lengua al decir algo que expresara un mal testimonio a aquellos que no conocían a Dios.

«Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (Stg 3:2). Tus palabras hablan de lo que hay en tu corazón.

No debemos dar ocasión para que las personas a nuestro alrededor nos vean actuar como si no tuviéramos esperanza. La queja refleja falta de confianza y amargura en contra de las circunstancias y primeramente en contra de Dios. ¿Le gustaría estar con alguien que se queja todo el tiempo? ¿Confiaría en esa persona? Así también es el testimonio de Cristo que mostramos si no guardamos nuestra boca de la queja. Mostramos a Dios como alguien en el que no se puede confiar.

John Piper dice que «Dios es más glorificado en nosotros cuando nosotros nos sentimos más satisfechos en él». Cuando vivimos quejándonos de nuestras circunstancias, degradamos la gloria de Dios. Pero cuando encontramos nuestro gozo en Dios en medio de la aflicción, él es exaltado en nosotros.

Pablo habla de esto al animar a los creyentes de Tesalónica en la esperanza que hay después de la muerte: «…para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza» (1 Tes 4:13). El verdadero creyente tiene una esperanza que ha sido ganada por Cristo en la cruz y que debe ser alimentada cuando pasamos por la aflicción.

2. CULTIVA LA ESPERANZA (v. 4-7)

Para poder recordar nuestra esperanza en la aflicción debemos mirar hacia la eternidad. El problema es que estamos tan centrados en este mundo que perdemos de vista que esta vida es tan corta y frágil comparada con la vida eterna (Sal 39:5). La vida se va tan rápido que no tiene sentido vivir atesorando este mundo cuando después de 70 u 80 años de vida (si bien nos va). Nosotros nos iremos y todo esto se habrá quedado, nada en este mundo tiene valor eterno (Sal 39:6).

Al mirar hacia arriba, el salmista encuentra el descanso en la angustia al expresar: «Ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti». La «espera» mencionada por el salmista, tiene la idea de confianza. No podemos vivir confiando en las cosas de este mundo porque todo es temporal, el dinero, el trabajo, la salud y la vida misma. Entonces el único lugar seguro y firme se encuentra en el Dios eterno que trasciende por sobre todas las cosas.

Pablo nos recuerda que nuestro anhelo y esperanza por sobre la salud y el bienestar personal es que Cristo sea «magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte» (Fil 1:20). Esto lo dijo estando encerrado en una cárcel esperando ser ejecutado. Fue entonces que dijo las palabras tan conocidas de Filipenses 1:21 «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia». Su vida se convirtió en un poderoso testimonio de Dios.

Es la confianza admirable de Job, quien se encontraba sentado sobre ceniza, rascándose una sarna maligna y rodeado de personas que le acusaban. Él pudo expresar con toda certeza: «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré…» (Job 13:15a). ¿No le sorprenden estas palabras? ¿Podríamos decir lo mismo? ¿Cómo es que Job podía pensar de esa manera? Porque él era consciente de que Dios es alguien en quien se puede confiar, y su corazón estaba lleno de esperanza en el Salvador.

«Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios» (Job 19:25-26). Nuestro redentor vive, y usted puede confiar y esperar en Él.

Nuestra esperanza es una esperanza viva porque nuestro Redentor venció en la cruz. Usted puede estar seguro de que Jesús puede entender el dolor por el que usted está atravesado en estos momentos difíciles y puede con toda certeza clamar a él por su ayuda.

Para el salmista, la aflicción se había convertido ahora en un motivo de oración a Dios. Pero no era cualquier petición hecha a la ligera, pidiendo salud y liberación. Era el clamor de un hombre que sabía que su única esperanza se encontraba en el Señor: «Escucha mi oración, oh SEÑOR, y presta oído a mi clamor; no guardes silencio ante mis lágrimas» (Sal 39:12 LBLA).

3. CLAMA POR CONSUELO

David sabe que Dios está en control pues reconoce que la aflicción por la que está atravesando es dirigida por la mano de un Dios soberano (Sal 39:10). Pero más importante aún, es el hecho de que su petición más importante no es que su salud sea restaurada. Para él, lo más importante no era ser librado de la aflicción sino ser librado de sus transgresiones. «Líbrame de todas mis transgresiones…» (Sal 39:8a). La aflicción lo había guiado a reconocer su pecaminosidad como un problema más grande que la aflicción física. ¿Qué es lo que nosotros pedimos? ¿Estamos siendo sensibles a nuestro pecado y a las consecuencias de este?

Con esto no queremos decir que es incorrecto pedir que Dios nos quite la aflicción. El salmista hace esta petición cuando dice «Quita de mí tu plaga…» (v. 10). Fue la misma petición incesante que Pablo expresaba al Señor por motivo del aguijón en su carne, él dice: «… tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí» (2 Cor 12:8). Sin embargo, en los tres casos la respuesta divina fue: «Mi gracia es suficiente» (2 Cor 12:9). La gracia de Dios era el consuelo que él y nosotros necesitamos.

Cristo vino a este mundo como el Mesías esperado que «llevó [él] nuestras aflicciones, y sufrió nuestros dolores…» (Is 53:4a). Pero debemos tener cuidado al interpretar este pasaje de Isaías. Jesús desea algo más que exterminar la aflicción y el dolor en esta tierra ahora. Jesús murió y resucitó para acabar con el problema eternamente. La promesa de Isaías tiene su cumplimiento en la vida eterna que gozaremos a lado de nuestro Salvador. La aflicción, la muerte y el pecado han sido vencidos por Cristo en la cruz, así que podemos tener la certeza de que hay descanso en Cristo Jesús.

Debemos clamar y pedir a Dios, pero nuestra oración debe estar motivada por la esperanza eterna de descanso del pecado y el dolor que el Señor ha prometido a todos los que vienen a Él (Mat 11:2).