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Cuando leemos el Antiguo Testamento, debemos verlo como la anticipación o la preparación para la persona y obra de Jesucristo. Todo lo que sucede nos hace anhelar a aquel que vendría, de la misma manera en la que nosotros esperamos a que Jesús vuelva a venir (en su segunda venida), las personas en el Antiguo Testamento esperaban la primera venida de Cristo. Toda la Biblia nos narra una sola historia, la historia de la redención, tiene una introducción, un problema, un clímax y una conclusión. La vida de Jesús representa el clímax de esta historia y el punto central de la historia de la redención es la cruz, el centro refulgente de la gloria de Dios.

Estamos en días donde se celebra la semana santa, queremos enfocarnos en tres aspectos del Señor Jesús: Su vida, muerte y resurrección. El día de hoy estaremos estudiando la vida del Señor Jesús.

Cuando vamos al Antiguo Testamento encontramos tres oficios que Dios estableció en su trato con su pueblo: El sacerdote, el profeta y el rey

  • El sacerdote era el representante del pueblo delante de Dios. Era por medio del ministerio del sacerdote que el pueblo mantenía su posición de favor con Dios. Los sacrificios ofrecidos por el sacerdote eran vitales porque permitían que el pecado del pueblo fuera perdonado.
  • El profeta era el vocero de Dios para con el pueblo. Tenía la función de anunciar al pueblo las palabras de Dios y llamar al pueblo al arrepentimiento cuando se desobedecían la Palabra de Dios.
  • El rey representaba la autoridad de Dios ante el pueblo. El rey era una muestra humana del reinado y la autoridad de Dios sobre el pueblo.

Pero estos oficios eran deficientes (como en la ilustración del hombre que intenta hacer las reparaciones en su casa):

  • Los sacerdotes morían y tenían que ser reemplazados. Incluso los sacrificios que ofrecían tenían que repetirse diariamente, y primero tenían que sacrificar por ellos mismos.
  • A pesar de los profetas enviados por Dios, el pueblo insistía en desobedecer y desatender a la Palabra de Dios. No quería oír a Dios.
  • Cada rey que reinó fue deficiente. Aún los mejores reyes como David o Ezequías fracasaron en áreas importantes. Y muchos de los reyes fueron hombres malvados

Todos estos fracasos hicieron que el pueblo de Israel anhelara el sacerdote perfecto, el profeta perfecto y el rey perfecto. Uno que no sería deficiente como los anteriores. Por eso el Antiguo Testamento es una anticipación, o preparación para la persona y la obra de Jesucristo. Todo apuntaba a la venida del Cristo, el Mesías, sacerdote, profeta y rey perfecto. Incluso en su nacimiento encontramos tres regalos: oro, incienso y mirra. El oro se era el material de los reyes, el incienso era usado por los sacerdotes en el tabernáculo y la mirra se relacionaba con los profetas.

La vida y ministerio de Jesús es el cumplimiento perfecto de estos tres oficios.

1. El sacerdote perfecto

Hebreos 7:23-27 Recordemos que El sacerdote era el representante del pueblo delante de Dios. Jesús demuestra que es un sumo sacerdote superior a los otros.

Tiene un sacrificio superior. Se ofreció a sí mismo (no a toros y machos cabríos) (He 9:13-14)

Tiene resultados superiores. El pecador es perfeccionado. (He 10:11-14)

Tiene un acceso superior (He 10:19-22)

El cumplimiento de este oficio se vio en Cristo, el sacerdote perfecto. Es increíble pensar en su intersección por nosotros delante del Padre celestial, por medio de su obra tenemos acceso a la presencia de Dios. Nuestra perseverancia en la fe sólo es posible porque Cristo intercede por nosotros.

2. El profeta perfecto

«15 Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis; 16 conforme a todo lo que pediste a Jehová tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: No vuelva yo a oír la voz de Jehová mi Dios, ni vea yo más este gran fuego, para que no muera. 17 y Jehová me dijo: Han hablado bien en lo que han dicho. 18 profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare». (Dt 18:15-18)

Moisés había sido el instrumento usado por Dios para revelar sus palabras y su ley al pueblo. Pero él iba a morir, así que Dios provee profetas a los cuales ellos debían escuchar. Pero este pasaje en especial nos anticipa acerca de UN PROFETA que vendría.

Cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos que los judíos preguntaron a Juan si él era el profeta prometido: «19 Éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? 20 Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. 21 Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No». (Jn 1:19-21)

Y cuando Cristo comenzó su ministerio, muchos lo conectaron con la profecía de Deuteronomio 18: «14 Aquellos hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Éste verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo». (Jn 6:14); «Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: Verdaderamente éste es el profeta. (Jn 7:40)

Al igual que en Deuteronomio 18, se da la indicación de prestar atención a las palabras de Jesús: «Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd». (Mt 17:5; también Mr 9:7; Lc 9:35).

Cristo es presentado en el NT como el profeta que trae la Palabra de Dios, como lo hizo con Moisés. Pero es superior a Moisés, porque no sólo trae la palabra, sino que él mismo es la Palaba (Jn 1:1, 6).

3. El rey perfecto

Dios usó primero a los jueces para libertar y gobernar sobre su pueblo. Sin embargo, estableció el oficio del rey como una imagen visible de la autoridad de Dios. Por medio de su rey humano, la nación podía entender un poco de lo que significaba vivir bajo la autoridad de Dios. El rey tenía la responsabilidad de actuar con justicia, misericordia y sabiduría, reflejando el carácter de Dios mismo.

Dios había hecho pacto con David diciendo: «Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente» (2 Sam 7.16). Pero aún el mismo hombre conforme al corazón de Dios cayó en pecado, su hijo salomón en idolatría por causa de sus mujeres extranjeras. De ahí en adelante vemos la degradación de los reyes que ascendieron al trono. ¿Qué paso con la promesa?

Y al final de su vida, David escribe una profecía en sus palabras finales anticipando a un rey que vendría. 2 Samuel 23:2-5 Cristo Jesús es el cumplimiento del pacto con David. Cuando llegamos a los evangelios se le presenta su genealogía del linaje real, descendiente de David. Y Jesús mismo declaro ser EL REY, pero su reino sería diferente a lo que los judíos estaban esperando, el reino de Cristo seria espiritual. Juan 18:36 «Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí». Y aún en la hora de su muerte, Pilato mandó poner un letrero sobre la cruz que decía: «JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS».

Sin embargo, Cristo se levantó triunfante, y como vimos el domingo pasado, fue declarado hijo de Dios con poder por la resurrección de entre los muertos. Todos los que hemos creído ahora somos parte de su reinado. Colosenses 1:13 “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”. Jesús sigue reinando: «Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte» (2 Cor 15:25-26).

Al final de la Biblia, cuando se nos habla de Jesucristo regresando a la tierra, se le revela como el rey glorioso y triunfante: «De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES«.

Hermanos, estos días que recordamos la vida y muerte del Señor Jesús, necesitamos contemplarlo de tal manera que sintamos ese anhelo, ese deseo intenso por conocerle y amarle más. Jesús es nuestro sacerdote, nuestro profeta y nuestro rey perfecto. Él es todo lo que tú y yo necesitamos.

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